“¡Rayos!
¡Maldición! ¡Haz algo Patán!” Exclamó Gallardón Nodoyuna ante
su jefe de filas el día que le comunicaron que debía dejar su
puesto para intentar salvar la imagen del partido.
“Es
la solución menos dramática y además te garantizaremos un sueldo
de 8.500 euros mensuales del Consejo Consultivo de Madrid”, le
explicaron y el ministro, que por sus continuas derrotas dentro de su
formación política me recuerda a aquel villano de ficción
protagonista de una serie de dibujos animados de mi infancia,
compareció compungido ante los medios de comunicación.
“¡No
hay deguecho!” decía aquel protagonista de Los
autos locos
que
competían en cada episodio por la victoria en un largo rally campo a
través lleno de peligros. Y
lo mismo parecía decir Gallardón Nodoyuna, que también esperaba
ganar sólo mediante engaños y trampas, pero como su nombre indica
todo le salía mal.
Nodoyuna contaba con todo tipo
de enrevesadas trampas que usaba contra sus oponentes y era ayudado
en sus planes por su secuaz, un zaparrastroso perro llamado Patán,
que tenía una característica risa asmática. ¿O era tal vez una
peculiar forma de pronunciar la “S”? Sea como fuera y, a pesar de
sus intentos, los “redomados malvados”, como se los describe en
la serie, no conseguían ganar ninguna carrera.
Los dibujos animados de
Hanna-Barbera Productions me encantaban, sobre todo porque los malos
siempre perdían, y todavía hoy quiero seguir pensando que la vida
puede ser así; que los ciudadanos tenemos el poder de cambiar
aquello que está mal y que, por mucho que tarde en llegar, la
justicia, que no el “deguecho”, siempre llega.
Lástima, sin embargo, que se
cumpla aquello que dice que “el que hizo la ley hizo la trampa”,
pues sólo de esa manera se explica que tan sólo tres días después
de que anunciara su dimisión por no haber podido llevar adelante la
reforma de la Ley del Aborto, que pretendía endosarnos y que a nadie
gustaba, Gallardón Nodoyuna formaliza su ingreso en el Consejo
Consultivo de la Comunidad de Madrid, y nada menos que como consejero
permanente, es decir, con sueldo vitalicio.
El
verano concluyó con la “semi-derrota” de un representante
público que se alejó de su obligación de defender los intereses
generales al intentar imponer un ideario político, pero no es el
único. Aún son muchos, a nivel nacional, regional e incluso local,
los que persisten en este poco noble objetivo, que es real y nada
tiene que ver con los cuentos de mi infancia. ¿Lo vamos a seguir
permitiendo? De nuevo en El
recortable.
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