Las horas
se hacían interminables cuando no sabíamos a qué jugar. Echábamos de menos los
boliches, las construcciones de lego o las excursiones en bicicleta. Eran modas
que iban y venían, y en medio había temporadas vacías, en las que la falta de
incentivos y la desgana nos invadían.
Aturdidos y enfadados, nos dedicábamos entonces a mirarnos unos a otros; dejábamos pasar el tiempo y poco a poco la plaza se iba despoblando. Incluso nos alegrábamos cuando las madres llamaban para que fuéramos a hacer los deberes. A España hoy le pasa lo mismo.
Sumergida en una crisis que se intuía, pero de la que nadie era consciente, el país se vacía. Todavía quedamos más de 47 millones pero, por primera vez desde que existen censos fiables, ha habido una reducción de habitantes. Los jóvenes se van en busca de empleo y vienen menos extranjeros.
En Canarias planificamos promociones y recuperamos programas del pasado como aquel “sol y playa”. Hemos perdido atractivo y, lo que es peor, a nivel nacional se carece de perspectiva, de ahí que se eliminen bonificaciones a las tasas aéreas, se pierda la senda del futuro y se apueste por la energía fósil.
La corrupción, la búsqueda de culpables, la avaricia de los bancos y los gobiernos sin ideas y sin independencia, como fue aquel de Nerón enajenado por la supuesta autorización divina – en este caso voluntad electoral-, ya sea desde aquí o desde Alemania, nos conducen al abismo.
El tirano romano también provocó la emigración – éxodo para evitar la persecución y desarrollar nuevas creencias -. Hasta se atrevió a prender fuego a su pueblo y se maravilló con el “espectáculo” de las llamas, hoy equiparables a la brusca retirada de crédito y la subida de impuestos o al encarecimiento del coste y la supresión de servicios públicos, al tiempo que se reducen salarios, se eliminan puestos de trabajo y se perpetúan las obligaciones.
Y pese a todo, no debemos perder la esperanza. Después
de Nerón llegó al poder el general Vespasiano, trabajador y sencillo, dedicado
en cuerpo y alma al gobierno del Imperio, por lo que consiguió sanear las arcas
del Estado que habían quedado exhaustas tras absurdos derroches.