viernes, 26 de abril de 2013

Quo vadis España?



Las horas se hacían interminables cuando no sabíamos a qué jugar. Echábamos de menos los boliches, las construcciones de lego o las excursiones en bicicleta. Eran modas que iban y venían, y en medio había temporadas vacías, en las que la falta de incentivos y la desgana nos invadían.

 

Aturdidos y enfadados, nos dedicábamos entonces a mirarnos unos a otros; dejábamos pasar el tiempo y poco a poco la plaza se iba despoblando. Incluso nos alegrábamos cuando las madres llamaban para que fuéramos a hacer los deberes. A España hoy le pasa lo mismo.

 

Sumergida en una crisis que se intuía, pero de la que nadie era consciente, el país se vacía. Todavía quedamos más de 47 millones pero, por primera vez desde que existen censos fiables, ha habido una reducción de habitantes. Los jóvenes se van en busca de empleo y vienen menos extranjeros.

 

En Canarias planificamos promociones y recuperamos programas del pasado como aquel “sol y playa”. Hemos perdido atractivo y, lo que es peor, a nivel nacional se carece de perspectiva, de ahí que se eliminen bonificaciones a las tasas aéreas, se pierda la senda del futuro y se apueste por la energía fósil.

 

La corrupción, la búsqueda de culpables, la avaricia de los bancos y los gobiernos sin ideas y sin independencia, como fue aquel de Nerón enajenado por la supuesta autorización divina – en este caso voluntad electoral-, ya sea desde aquí o desde Alemania, nos conducen al abismo.

 

El tirano romano también provocó la emigración – éxodo para evitar la persecución y desarrollar nuevas creencias -. Hasta se atrevió a prender fuego a su pueblo y se  maravilló con el “espectáculo” de las llamas, hoy equiparables a la brusca retirada de crédito y la subida de impuestos o al encarecimiento del coste y la supresión de servicios públicos, al tiempo que se reducen salarios, se eliminan puestos de trabajo y se perpetúan las obligaciones.

 

Y pese a todo, no debemos perder la esperanza. Después de Nerón llegó al poder el general Vespasiano, trabajador y sencillo, dedicado en cuerpo y alma al gobierno del Imperio, por lo que consiguió sanear las arcas del Estado que habían quedado exhaustas tras absurdos derroches.

 

En mi infancia, los días de hastío daban siempre paso a épocas más creativas e ilusionantes; las preguntas encontraban respuesta y volvían las tardes de juegos y risas. Surgían - y surgirán- posibilidades, que nos devolvían las ganas de salir a la calle, recuperar y hacer nuevos amigos.

miércoles, 24 de abril de 2013

El hombre contra el hombre



 Un día llegué a casa con un círculo rojo en un moflete,  en el que se dibujaba la marca de unos dientes. Mi madre se asustó y me llevó de vuelta al parvulito, donde  transmitió a las monjas su descontento. Entonces Pepito se levantó y muy valiente reconoció que había sido él: “La mordí porque me gusta mucho”, declaró con voz chillona el pequeño rufián.

 

Al día siguiente vino un cámara a hacernos la foto del colegio y yo guardo con cariño la imagen de aquella cara redondita, que con sólo tres años descubrió la ferocidad de sus semejantes. Cuatro décadas después, sigo sin acostumbrarme y eso que dicen que el tiempo lo cura o te hace inmune a todo.

 

¿Cuántos años más tendrán que pasar? La lucha del hombre contra el hombre, unas veces por gusto, otras por egoísmo y la mayoría por ambición, por venganzas o ignorancias, a las que se suman un sinfín de los más negros sentimientos, empezó hace millones de años y persiste sin tregua.

 

Toma diferentes formas y una de ellas son los atentados terroristas como el que se produjo al comienzo de esta semana durante la celebración de la maratón de Bostón, poniéndonos de nuevo en alerta cuando aún no están cicatrizadas las heridas del 11 S, el 11 M o el metro de Londres.

 

Ha habido y hay otros muchos – el mismo lunes en que se registraban 3 muertos y 100 heridos en la ciudad norteamericana, eran más numerosos los afectados en Mogadiscio, Somalia -, pero no todos parecen doler igual. Damasco, en Siria, o Wardak, en Afganistán, también han sufrido actos terroristas hace menos de 10 días, sin que hayamos llenado con ellos tantas portadas de periódico ni tantas ediciones de radio y televisión.

 

¿Acaso tiene la muerte un valor diferente según el lugar en el que se produzca? Por supuesto que no, la disparidad está en el precio de la vida, del que seguimos sin ser conscientes, y también en el corto alcance de nuestra mira. Sólo de esa manera se entiende que occidente siga alimentando el odio y la indiferencia contra oriente; sólo así es posible comprender las ansias por imponer un modelo social o, lo que es más cierto, por explotar y acumular riquezas.

 

El ser humano ha evolucionado hasta niveles que lo proyectan por encima de todos sus límites - esta misma semana también aparecía publicado en el Paris Match un interesante reportaje sobre la posibilidad de vivir 200 años- Mucho me temo, sin embargo, que aunque vivamos varios centenarios no dejaremos de ser el animalito depredador que un día salió de las cavernas y que siempre hemos sido.

lunes, 15 de abril de 2013

Mi reino por un negocio



No me gustaban las lentejas, pero mi madre me leía cuentos de princesas, de príncipes y de reyes, con los que olvidaba el sabor de aquel plato, mientras mi imaginación viajaba entre los palacios y la felicidad de monarcas generosos y valientes que lo daban todo por el pueblo.

 

Confieso que incluso llegué a soñar con casarme con un príncipe y hasta me pregunté si podría unir mi vida a la de algún niño como aquel, tan sólo un poco mayor que yo, que de vez en cuando veía en la tele y que ya llevaba ese título. Pero empecé a estudiar y la imagen ideal se fue quebrando.

 

Los Reyes de España no habían sido precisamente un dechado de virtudes, ni siquiera cuando el pueblo se alzaba en armas para devolverles el trono, así que llegué a cuestionarme para qué servían. “Sin el Rey no hubiéramos tenido democracia”, me enseñaron cuando los estudios avanzaron hasta la época actual y, tal vez por tener otras preocupaciones más propias de la edad, aparqué mis dudas, que  poco a poco han vuelto a cobrar fuerza.

 

Las últimas noticias sobre la monarquía española, a cada cual más reveladora, han acabado con mi escasa convicción monárquica. No se trata ya de debilidades humanas o mundanas de reyes bastante dados a los placeres de la vida lujuriosa. Ni tampoco de reprochar excesos y caprichos como las cacerías, para las que ya no quedan espacios salvajes en este país, de ahí que les lleven a matar elefantes en África.

 

Están, además, las cuentas millonarias en paraísos fiscales, las sospechosas sociedades gananciales, las intrigas o las autorizaciones para implantar bases militares extranjeras a cambio de respaldo, que acaban de ser reveladas y que nada tienen que ver con los reyes, los príncipes y las princesas de los cuentos del pasado; cuentos para niños, que este país ya no puede permitirse el lujo de seguir creyendo ni, mucho menos, manteniendo.

 

Que se vayan a Qatar o donde quieran, porque hasta esa suerte tienen - cuando más de 5 millones de españoles no tienen manera de encontrar trabajo, a ellos les



ofrecen suculentos contratos en países extranjeros. Que lo disfruten entonces, pero que se vayan, él, ella, sus hijos, sus hermanos, sus cuñados y también sus padres.

 

Definitivamente, la III República se ha instaurado en mi casa y de poco sirven las posturas de alejamiento del que pretende seguir en el trono. Es demasiado tarde, porque demasiado es también lo que ha soportado este pueblo a lo largo de una historia plagada de engaños y desfalcos.

jueves, 4 de abril de 2013

La memoria de los políticos

 Jamón, aceite, tomates, lechuga y una pastilla de jabón lagarto. “Pero apúntalo, que se te va a olvidar”. No hace falta mamá, me acuerdo de todo. Con una bolsa de cuadros de colores, casi tan alta como yo, me dirigía entonces a la tienda de Sira, que despachaba mientras ablandaba un grano de millo entre los dientes.

¡Eran otros tiempos! y con el tiempo, ya se sabe, todo se desgasta, incluso la memoria, que al parecer se vuelve especialmente frágil entre los políticos. Hechos del último año confirman que a los cargos públicos la materia gris se les vuelve quebradiza como hoja seca, ligera como el feroz viento que azota a esta España nuestra, en la que cada día aparecen nuevas manzanas podridas.

A las olvidadas promesas electorales, se suman casos y más casos de corrupción, fotografías de presidentes autonómicos con narcotraficantes y, por supuesto, cuentas bancarias en Suiza, donde hasta el Rey guarda sus ahorros millonarios.  Pienso de nuevo en mi madre, que antes de estas noticias me decía ¿Cómo que no hay dinero? Será que se lo han llevado a algún sitio”

Harían bien los políticos en apuntarse las cosas, como sugiere la sabiduría popular, cuyos consejos no son exclusivos para los representantes nacionales, sino también para los de aquí al lado, para todas y todos. “No se olvide señor alcalde que en Nochebuena me dijo que me iba a ayudar y todavía estoy esperando”, gritó una vecina al ser desalojada del Pleno de Santa Cruz, que esta semana vivió el primer escrache dirigido a un cargo público de las Islas.

La Plataforma de Afectados por la Hipoteca le recordó a un diputado del PP en el Congreso y concejal en la capital tinerfeña que no son terroristas, mientras que una de sus miembros, afectada por una amenaza de desahucio, le afeó al máximo edil, en este caso de CC, que no haya hecho nada para ayudarla.

Son muchas personas y muchos problemas de los que ocuparse; cada día más - no sólo crece el paro, sino que se aproxima ya al 50% el número de desocupados que no cobra ningún tipo de prestación. Es comprensible, por tanto, el olvido o la falta de tiempo, que también pudiera ser. Sea como fuere, resultan imprescindibles las voces populares que se levantan para servir de recordatorio y hacer visibles las dificultades que atraviesa la población.

Ningún daño hacen; todo lo contrario, pues ayudan a que los dirigentes de lo público tengan presente que se les paga para defender el interés general. Y podemos decir más, pues con su acción, los movimientos sociales logran animar la sórdida vida pública que últimamente vivimos en este país.