lunes, 15 de abril de 2013

Mi reino por un negocio



No me gustaban las lentejas, pero mi madre me leía cuentos de princesas, de príncipes y de reyes, con los que olvidaba el sabor de aquel plato, mientras mi imaginación viajaba entre los palacios y la felicidad de monarcas generosos y valientes que lo daban todo por el pueblo.

 

Confieso que incluso llegué a soñar con casarme con un príncipe y hasta me pregunté si podría unir mi vida a la de algún niño como aquel, tan sólo un poco mayor que yo, que de vez en cuando veía en la tele y que ya llevaba ese título. Pero empecé a estudiar y la imagen ideal se fue quebrando.

 

Los Reyes de España no habían sido precisamente un dechado de virtudes, ni siquiera cuando el pueblo se alzaba en armas para devolverles el trono, así que llegué a cuestionarme para qué servían. “Sin el Rey no hubiéramos tenido democracia”, me enseñaron cuando los estudios avanzaron hasta la época actual y, tal vez por tener otras preocupaciones más propias de la edad, aparqué mis dudas, que  poco a poco han vuelto a cobrar fuerza.

 

Las últimas noticias sobre la monarquía española, a cada cual más reveladora, han acabado con mi escasa convicción monárquica. No se trata ya de debilidades humanas o mundanas de reyes bastante dados a los placeres de la vida lujuriosa. Ni tampoco de reprochar excesos y caprichos como las cacerías, para las que ya no quedan espacios salvajes en este país, de ahí que les lleven a matar elefantes en África.

 

Están, además, las cuentas millonarias en paraísos fiscales, las sospechosas sociedades gananciales, las intrigas o las autorizaciones para implantar bases militares extranjeras a cambio de respaldo, que acaban de ser reveladas y que nada tienen que ver con los reyes, los príncipes y las princesas de los cuentos del pasado; cuentos para niños, que este país ya no puede permitirse el lujo de seguir creyendo ni, mucho menos, manteniendo.

 

Que se vayan a Qatar o donde quieran, porque hasta esa suerte tienen - cuando más de 5 millones de españoles no tienen manera de encontrar trabajo, a ellos les



ofrecen suculentos contratos en países extranjeros. Que lo disfruten entonces, pero que se vayan, él, ella, sus hijos, sus hermanos, sus cuñados y también sus padres.

 

Definitivamente, la III República se ha instaurado en mi casa y de poco sirven las posturas de alejamiento del que pretende seguir en el trono. Es demasiado tarde, porque demasiado es también lo que ha soportado este pueblo a lo largo de una historia plagada de engaños y desfalcos.

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