Mi reino por un negocio
No me
gustaban las lentejas, pero mi madre me leía cuentos de princesas, de príncipes
y de reyes, con los que olvidaba el sabor de aquel plato, mientras mi
imaginación viajaba entre los palacios y la felicidad de monarcas generosos y
valientes que lo daban todo por el pueblo.
Confieso
que incluso llegué a soñar con casarme con un príncipe y hasta me pregunté si
podría unir mi vida a la de algún niño como aquel, tan sólo un poco mayor que
yo, que de vez en cuando veía en la tele y que ya llevaba ese título. Pero
empecé a estudiar y la imagen ideal se fue quebrando.
Los Reyes
de España no habían sido precisamente un dechado de virtudes, ni siquiera
cuando el pueblo se alzaba en armas para devolverles el trono, así que llegué a
cuestionarme para qué servían. “Sin el Rey no hubiéramos tenido democracia”, me
enseñaron cuando los estudios avanzaron hasta la época actual y, tal vez por
tener otras preocupaciones más propias de la edad, aparqué mis dudas, que poco a poco han vuelto a cobrar fuerza.
Las
últimas noticias sobre la monarquía española, a cada cual más reveladora, han
acabado con mi escasa convicción monárquica. No se trata ya de debilidades
humanas o mundanas de reyes bastante dados a los placeres de la vida lujuriosa.
Ni tampoco de reprochar excesos y caprichos como las cacerías, para las que ya
no quedan espacios salvajes en este país, de ahí que les lleven a matar
elefantes en África.
Están,
además, las cuentas millonarias en paraísos fiscales, las sospechosas
sociedades gananciales, las intrigas o las autorizaciones para implantar bases
militares extranjeras a cambio de respaldo, que acaban de ser reveladas y que
nada tienen que ver con los reyes, los príncipes y las princesas de los cuentos
del pasado; cuentos para niños, que este país ya no puede permitirse el lujo de
seguir creyendo ni, mucho menos, manteniendo.
Que se
vayan a Qatar o donde quieran, porque hasta esa suerte tienen - cuando más de 5
millones de españoles no tienen manera de encontrar trabajo, a ellos les
ofrecen suculentos contratos en países extranjeros. Que lo disfruten entonces,
pero que se vayan, él, ella, sus hijos, sus hermanos, sus cuñados y también sus
padres.
Definitivamente, la III República se ha
instaurado en mi casa y de poco sirven las posturas de alejamiento del que
pretende seguir en el trono. Es demasiado tarde, porque demasiado es también lo
que ha soportado este pueblo a lo largo de una historia plagada de engaños y
desfalcos.
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