Un día
llegué a casa con un círculo rojo en un moflete, en el que se dibujaba la marca de unos
dientes. Mi madre se asustó y me llevó de vuelta al parvulito, donde transmitió a las monjas su descontento. Entonces
Pepito se levantó y muy valiente reconoció que había sido él: “La mordí porque
me gusta mucho”, declaró con voz chillona el pequeño rufián.
Al día
siguiente vino un cámara a hacernos la foto del colegio y yo guardo con cariño
la imagen de aquella cara redondita, que con sólo tres años descubrió la
ferocidad de sus semejantes. Cuatro décadas después, sigo sin acostumbrarme y
eso que dicen que el tiempo lo cura o te hace inmune a todo.
¿Cuántos
años más tendrán que pasar? La lucha del hombre contra el hombre, unas veces
por gusto, otras por egoísmo y la mayoría por ambición, por venganzas o
ignorancias, a las que se suman un sinfín de los más negros sentimientos,
empezó hace millones de años y persiste sin tregua.
Toma
diferentes formas y una de ellas son los atentados terroristas como el que se
produjo al comienzo de esta semana durante la celebración de la maratón de
Bostón, poniéndonos de nuevo en alerta cuando aún no están cicatrizadas las
heridas del 11 S, el 11 M o el metro de Londres.
Ha habido
y hay otros muchos – el mismo lunes en que se registraban 3 muertos y 100
heridos en la ciudad norteamericana, eran más numerosos los afectados en
Mogadiscio, Somalia -, pero no todos parecen doler igual. Damasco, en Siria, o
Wardak, en Afganistán, también han sufrido actos terroristas hace menos de 10
días, sin que hayamos llenado con ellos tantas portadas de periódico ni tantas
ediciones de radio y televisión.
¿Acaso
tiene la muerte un valor diferente según el lugar en el que se produzca? Por
supuesto que no, la disparidad está en el precio de la vida, del que seguimos
sin ser conscientes, y también en el corto alcance de nuestra mira. Sólo de esa
manera se entiende que occidente siga alimentando el odio y la indiferencia contra
oriente; sólo así es posible comprender las ansias por imponer un modelo social
o, lo que es más cierto, por explotar y acumular riquezas.
El ser
humano ha evolucionado hasta niveles que lo proyectan por encima de todos sus
límites - esta misma semana también aparecía publicado en el Paris Match un
interesante reportaje sobre la posibilidad de vivir 200 años- Mucho me temo,
sin embargo, que aunque vivamos varios centenarios no dejaremos de ser el
animalito depredador que un día salió de las cavernas y que siempre hemos sido.
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