Mi madre nos vio jugando. Yo quería que
mi hermana me enseñara a subir al árbol – ella siempre ha sido más hábil que yo
– y la buena mujer se sintió feliz. Le gustaba que sus dos hijas se
entretuvieran juntas, pero aquello no era más que un espejismo, una ilusión,
aunque no tan falsa como la frase que últimamente le ha dado por repetir al
señor Rajoy.
“Las cosas van mucho mejor”, asegura de
manera reiterada, atreviéndose incluso a acusar de ceguera a quienes no lo
creen y que según los últimos sondeos son casi la totalidad del pueblo español.
Una encuesta publicada recientemente muestra que el 91 por ciento de los
ciudadanos cree que la situación de la economía española es mala o muy mala.
¿A quién queremos engañar? Tal vez el
dirigente del Partido Popular hable para una sociedad distinta a la nuestra;
tal vez sus mensajes se deben sólo a su situación particular, o tal vez se
niegue a ver. Puede que España haya salido de la recesión y que haya leves
crecimientos. Sin embargo, lo que el común de los mortales notamos es que el
paro sigue siendo terrible y los impuestos o servicios básicos siguen subiendo.
Señor Rajoy, usted no está arreglando la
herencia negativa recibida del Gobierno anterior, como tanto le gusta repetir a
su partido; más bien es al revés, está estropeando lo poco bueno que quedaba y
encima pretende hacernos pasar por tontos o, le voy a conceder el beneficio de
la duda, se resiste a entender, como sí entendemos la mayoría, que en realidad
las cosas van peor o cuando menos, permanecen.
Las levísimas mejoras que pueda estar
registrado la macro economía, que no la economía familiar – son ya demasiados a
los que se les agotan las prestaciones sin encontrar trabajo -, no se deben a
políticas del PP, sino a cambios de ciclo y acciones externas.
Mi madre tampoco quería darse cuenta,
pero la realidad es que de pequeñas mi hermana y yo no congeniábamos mucho.
Cuando finalmente me subí al árbol empecé a comer nísperos y no le daba
ninguno. ¡Oye – me dijo -, que yo te daba a ti! Pero en mi egoísmo infantil
quería saborear la victoria yo sola y me negaba a darle nada.
Yo la quería mucho, pero rivalizábamos
en nuestro descubrimiento del mundo y eso nos llevaba a continuas e
infructíferas peleas. Sólo con el paso de los años comprendimos que cada una tenía
su espacio y que había espacio para las dos; que nos complementábamos y que
juntas alcanzábamos mejores resultados. ¿Podrán hacerlo nuestros
representantes? ¿Cuándo llegará la madurez política a nuestro país?
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