Mi madre me sentaba en el suelo con una
lata de galletas. Antes no teníamos lavadora y ella pasaba buenos ratos en la
pila o en la máquina de coser; tenía que lavar
o arreglar la ropa del trabajo de mi padre, necesitaba que yo estuviera
entretenida, y lo conseguía con lo que más me gustaba.
Yo daba pequeños mordiscos e imaginaba
nuevas formas para aquellas deliciosas maría que comía hasta no poder más. Eran
un recurso infalible para que me quedara tranquila un rato, y mi madre lo
aprovechaba: Las galletas y yo, pero la fórmula no siempre funcionaba y
entonces me contaba un cuento.
“El del país de las maravillas mamá”,
pedía entusiasmada, para poco después, entre bocado y bocado, dejar volar mi
imaginación por aquellos mundos de ensueño que ayer se volvieron a hacer presente al escuchar el
discurso del presidente del Gobierno de nuestro país: “Hemos dejado atrás la
crisis”, dijo y yo me quedé boquiabierta.
Instintivamente corrí a la cocina y abrí
un paquete de galletas, pero esta vez no logré satisfacer mis nervios ni
siquiera cuando el líder de la oposición pronunció las palabras que yo pensaba:
“Señor Rajoy, ¿en qué país vive usted?” No es cuestión de posiciones
políticas y sí de verdades tan claras
como el agua cristalina: España tiene más paro, menos derechos y peores
servicios.
Entristecida decidí cambiar de canal; si
no es bueno confundirnos con falsas alegrías, tampoco lo es que dejarnos vencer
por el pesimismo, pero es que a nivel regional la cosa no va mucho mejor. El
Parlamento canario apoya pedir un referéndum sobre los sondeos petrolíferos que
amenazan con cambiar el color de nuestras costas: el azul podría volverse
negro. ¡Uf, y ha muerto Paco de Lucía, encima! Mejor seguimos cambiando.
¿Un poco más cerquita quizás? “El ámbito
local tal vez nos ofrezca alguna alegría”, pensé, pero entonces tropecé con Las
Teresitas y el mamotreto, que me llevó a los años en los que se aseguraba que
se iba a hacer la mejor playa para el pueblo de Santa Cruz, tapadera para
comprar por millones lo que ya era nuestro, y construir lo que hoy nos costará
derribar y que debe derribarse sin excusas.
El conejo blanco del cuento seguía
saltando: “llego tarde, llego tarde” y volvía a desaparecer, única manera
quizás de no dejarse atrapar por la realidad que nos rodea y que en nada se
parece a la historia de fantasía dibujada en el discurso presidencial.
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