Siento
vergüenza. Sí, me pasa igual que a la secretaria general de la Unión
Internacional de Jóvenes Socialistas, que ha criticado a los mayores de su
partido por no oír la voz de la calle. Se trata, sin embargo, de un problema
que desgraciadamente se ha generalizado entre representantes de todos los
colores.
Me
da vergüenza la frivolidad de los líderes que se llenan la boca de solidaridad,
pero sólo a última hora y por presión popular, después de negación tras
negación y terriblemente también después de demasiadas muertes, aceptaron
respaldar la tramitación de la Iniciativa Legislativa contra los desahucios.
Me
avergüenzan los cargos públicos que se escudan en la crisis para negar
posibilidades de empleo y aplicar recortes que no afectan por igual a los
jugosos salarios que cobran. Y no es que crea que haya que bajar el sueldo a
los políticos, que también; lo que en verdad creo es que se actúa desde la
comodidad de un sillón muy mullido, y así es imposible acertar.
La
vergüenza me supera cuando leo que se ha pagado 6.000 euros mensuales a
Urdangarin por vender la candidatura de Madrid 2016 y me acuerdo de que en base
a la reducción de las arcas públicas se ha llegado a implantar el euro por
receta y cuestionado los 400 euros que reciben los desempleados sin ingresos.
Y cuestionada
está también la bonificación al transporte de residentes en Canarias, Baleares,
Ceuta y Melilla, a los que primero se exige viajar con un certificado de residencia
y después se incluye en los Presupuestos del Estado la posibilidad de limitar
la subvención para viajar desde o hacia la Península.
Vergüenza
me produce que mientras a unos ciudadanos se nos considera sospechosos de
fraude y se nos obliga a viajar con papeles, otros mantienen presuntas
contabilidades paralelas, frente a las que no se ofrece ningún argumento sólido
y que han tenido que salir a la luz pública para que el PP empiece a tramitar una
Ley de Transparencia de partidos políticos.
Vergüenza
también que mi comunidad autónoma, gobernada por CC y PSOE – los unos supuestamente
amantes de su pueblo y defensores del progreso regional y los otros socialdemócratas
y herederos de valores de izquierdas - sea una de las autonomías con menos formación,
más pobreza y más castigadas por el paro.
Y
vergüenza la guerra sin cuartel entre los dirigentes políticos. Vergüenza
porque ni siquiera, cuando la gente sale a la calle a exigir democracia, educación
o sanidad pública son capaces de escuchar y sumar fuerzas para dar respuestas.
Están demasiado ocupados en echarse la culpa unos a otros y así nos va.
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