Redondear
y aplastar; redondear una vez más, estirar y empezar a modelar. Era fantástico
jugar con aquellas bolas de colores que nos permitían hacer figuras y construir
un mundo imaginario. Esos “hilillos de plastilina” eran casi tan fantásticos
como lo fueron las declaraciones del presidente del Gobierno, entonces ministro
de Interior y vicepresidente,
cuando se refirió a la catástrofe del Prestige.
Corría
el año 2002 y fuimos muchos los que nos tiramos las manos a la cabeza. Nos pareció
alucinante que se comparara uno de los mayores desastres medioambientales de la
navegación con un juego de niños. Rajoy dijo que los vertidos de petróleo –
chapapote o piche para los canarios – no eran más que “hilillos de plastilina”
y el tiempo, por no decir la Justicia, le ha dado la razón.
La
Sección Primera de la Audiencia Provincial de A Coruña concluyó la semana
pasada que, tras diez años de instrucción del caso y nueve meses de juicio, nadie sabe con exactitud cuál pudo ser la
causa de lo ocurrido, ni cuál debería haber sido la respuesta apropiada
a la situación de emergencia creada por el Prestige, de ahí que no pueda establecerse ninguna responsabilidad penal
por los daños ocasionados.
¿Sorprendente
resolución no les parece? Según la Justicia, no hay responsables ni de aquella
marea negra que inundó las costas ni de la contaminación que se extendió desde el litoral gallego hasta Francia, de modo que el que hoy es el máximo mandatario
español tenía razón: “hilillos de plastilina”.
Han pasado ya diez días del fallo y todavía no digiero la noticia,
como supongo que tampoco digería mi hermana aquellas imitaciones de pasteles que
yo fabricaba de chica y le invitaba a comer. Y es que ni aquello ni esto hay
quien se lo trague. ¿Es esto la Justicia? ¿Se revisará de la misma forma el caso de Las Teresitas,
aquí en Santa Cruz de Tenerife?
El lunes arrancó una vista
oral para dilucidar la posible comisión de delitos urbanísticos en la
construcción de un edificio de aparcamientos en la cabecera de la playa. En el
banquillo de los acusados se sientan 4 exconcejales de la capital tinerfeña y 3
funcionarios del Ayuntamiento, pero esta es sólo una pata del “apestoso” asunto
que incluye la compra con dinero público de unos terrenos que ya eran de la
ciudad, y un concurso internacional en el que también nos gastamos millones de
euros.
Redondear
y aplastar; redondear una vez más y estirar hilillos de plastilina, con los que
en la política y en los juzgados se construye un mundo fantástico que sin demasiados
acierto trata de reproducir la realidad.