¡Aaaahhhh!
¡aaaahhhhh! La pequeña chillaba tirada en la acera. Había salido corriendo y
tras cruzar la puerta de su casa se tumbó a patalear y llorar para que todos la
vieran. ¿Pero qué te pasa? Le dijo una vecina. ¡Aaaahhhh! Gritaba una y otra
vez como única respuesta a las preguntas de la gente que se asombraba al ver su
estado.
¡Aaaahhhh!
Dije de nuevo, hasta que por fin pude contestar: “¡Que mi padre me arrancó un
diente!” Era un diente pequeño, que se movía desde hacía varias semanas, pero
me lo habían quitado y no me acostumbraba a la pérdida por mucho que me
aseguraran que pronto me saldría un nuevo incisivo mucho más grande y más
fuerte.
No
lo entendía y no escuchaba los consuelos y los comentarios que se hacían a mí
alrededor. Tenía unos 5 años y aquel comportamiento que hoy provoca risa no
resulta tan simpático cuando se reproduce entre los miembros de un Gobierno
nacional, hombres y mujeres supuestamente bien formados y preparados para
gestionar los destinos del país.
Igual que hice yo aquella tarde de mi infancia, Rajoy
y su equipo se han dedicado a hacer oídos sordos ante la sociedad española.
Resguardados por su aplastante mayoría han
aprobado leyes y reformas en contra de todos. Así lo han hecho, entre otras, con la Reforma Laboral, con la Ley de Educación, con la Ley de Administración Local, con la Ley de Tasas Judiciales, y con todos
los recortes que están imponiendo
a los más débiles.
Lo han hecho y si pudieran lo seguirían haciendo, de
ahí el recorte de derechos y libertades que nos han preparado con su Ley mordaza de Seguridad Ciudadana o mucho
más reciente con la Ley del Aborto, que más bien podríamos llamar Aborto de
Ley, pues ha generado un descontento y un rechazo tal que sus ecos suenan por
toda Europa y, por supuesto, también se deja sentir entre sus disciplinadas
filas.
El fundamentalismo siempre
resulta peligroso y con toda probabilidad los gobernantes han empezado a verle
las orejas al lobo, de ahí que estén reculando en asuntos tan sangrantes como
el copago sanitario, que no suponía ningún ahorro y sí un verdadero retroceso y
perjuicio económico para los ciudadanos.
Y tendrán que retroceder
igualmente en esa legislación machista que no respeta el derecho a decidir de
las mujeres, pues de lo contrario se arriesgan a verse dentro de dos años como
aquella niña que lloraba desconsolada por la pérdida de lo que consideraba una
propiedad y que, sin embargo, no suponía, ni supondrá, más que un paso
necesario para poder avanzar.
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