La
llegada del verano equivalía a un aumento de felicidad. Los días se alargaban; podíamos
estar más tiempo en la calle, y pasábamos muchas noches bajo las estrellas.
Manolo Pico sacaba una manta al callejón, la tiraba en el suelo y allí se
tumbaba rodeado de sus hijos y de todos los niños y las niñas de la plaza.
Nos
contaba historias sobre los caminos del cielo o simplemente jugábamos a las
adivinanzas. Todo eso pasaba, además, después de la noche más mágica del año:
por el día recogíamos maderas y cosas
viejas, las juntábamos y lo quemábamos todo en la víspera de San Juan.
Este
año también hubo fuego y la magia se repitió. Sin embargo, ya no está Manolo ni
sus maravillosos cuentos. Hemos crecido y el mundo se ha complicado de tal modo
que resulta difícil aplicar la filosofía de aquel buen hombre de Granadilla que,
con el tiempo y con otro acento, haría popular un entrenador de fútbol.
Manolo
Pico siempre fue positivo y con su ejemplo nos enseñaba a alejarnos del pesimismo.
Pero aquellos eran otros tiempos, años en los que aún creíamos en la pureza de
las princesas, mientras que hoy debemos juzgarlas por blanqueo de dinero y
fraude fiscal. Y mucho más puro era también el estado de nuestra costa, hoy en
grave peligro de extinción.
El Tribunal Supremo ha rechazado los 7 recursos presentados contra las
prospecciones petrolíferas que se van a realizar en aguas cercanas a
Lanzarote y Fuerteventura. El Gobierno canario ha dicho que seguirá luchando y
que apelará a las instituciones europeas, pero la sentencia es un duro revés
para quienes creemos en un modelo de vida diferente.
Los defensores del petróleo aluden a la riqueza económica y los
puestos de trabajo que se podrían generar, sin dejar de recordarnos que estamos
muy cerca de Marruecos y que, por tanto, es imposible evitar el riesgo. Se
olvidan, no obstante, de que se debe proteger y apelar a la protección, no
imitar iniciativas que atentan contra el medioambiente, por no hablar de que
Canarias tiene otras muchas fuentes energéticas menos dañinas e igual de
rentables.
Sin duda, los veranos de mi infancia eran más felices; acabábamos
de salir de una dictadura y mirábamos con ilusión al futuro que estaba por
venir. Teníamos mundo por construir y no imaginábamos que 35 años después aún
estaríamos preguntándonos qué modelo de desarrollo seguir. Pero hagamos como
hacía primero Manolo y después repitió Louis Van Gaal: Siempre positivo, nunca
negativo. ¡Aún estamos a tiempo!