Ayer se
cumplió el segundo aniversario del único movimiento que en los últimos tiempos ha
logrado insuflar un poco de aire fresco a la vida política, social y económica
de este país. Ayer fue 15M y poco más hay en lo que todavía sea posible creer.
“Creo en
un solo Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo
visible y lo invisible. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos…” Así rezaba de pequeña, pero poco a
poco los mitos se fueron cayendo. Quise creer entonces en el poder del ser
humano y me llené de energía, pero el ser humano, por querer ser todopoderoso,
también se ha desvelado como una especie egoísta y sin escrúpulos.
No es que
haya perdido la fe en las personas, a las que aún creo capaces de los mayores
prodigios, pero cada vez resulta más complicado enfrentarse a la realidad sin
sentir un poco de asco. Casos y más casos de corrupción; irregularidades nacionales, regionales y también
locales – léase la petición del Supremo para juzgar al ex alcalde Miguel Zerolo
- o superposición de intereses partidistas frente a la protección del
patrimonio natural – el Gobierno del PP le niega a La Gomera la protección de
los montes con medios aéreos –
Igual de
triste resultan las mociones de censura como la que acaba de sufrir el alcalde
de Güímar y de la que sólo se desprende una triste conclusión: “quítate tú pa’
ponerme yo”, o peor aún: “vamos a seguir desestabilizando a ver si logramos romper
el pacto regional”.
Claro que
es legítimo querer gobernar, pero no tanto cuando atravesamos la peor crisis
que se recuerda; cuando cada vez son más las familias que se quedan sin
horizonte, y cuando se deberían sumar esfuerzos para buscar salidas.
Y es tal
el desatino que incluso muchos de los colectivos que se erigen en defensores de
la sociedad están manipulados y esconden intereses partidistas, cuyo verdadero
fin es desgastar a los que gobiernan, práctica que, desgraciadamente también se
ha extendido entre periodistas y medios de comunicación, donde el amarillismo
ha alcanzado una intensidad tan grande que ya rivaliza con los rayos del sol.
La carrera por el éxito lo está
enfangando todo y poco importan ya la responsabilidad, la rigurosidad o el buen
hacer. El sistema se ha convertido en una gran cloaca, ante la que resulta muy
acertado el lema del 15M: De la indignación a la rebelión: "Este mayo demostraremos que no nos
vamos, que no nos rendimos, que seguimos construyendo”
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