Siempre
fui buena de boca; pocas veces recuerdo que no me sentara bien una comida. Sin
embargo, debo reconocer que desde los once años mi estómago no digiere bien las
legumbres. Recuerdo un día en que mi madre preparó y me obligó a comer
lentejas…
¡No,
no y no! Grité de manera cabezona, negándome a
tragar una sola cucharada de aquel guiso, pero mi madre entonces lanzó
la que para mí era la peor amenaza: “pues no irás a clase hasta que no te
acabes el plato”, y yo que no podía soportar la idea de faltar ni una vez al
colegio – mi principal ilusión – hice de tripas corazón y acabé aquel manjar
antes de salir corriendo para la escuela.
Esa
tarde lo pase fatal. Me dolía la tripa y no conseguí que se me pasara el mal
hasta que al llegar a casa vomité todo lo que había comido. Hoy siento ganas de
hacer lo mismo y, mal que me pese, creo que al presidente del Gobierno, Mariano
Rajoy, también le pasa, aunque claro está, él que es más fino, habla de
devolver cuando en realidad quiere decir vomitar.
El
máximo representante del actual Ejecutivo nacional ha asegurado esta semana que
se ha pedido mucho a los españoles durante sus dos años de mandato, pero de
manera rotunda ha matizado que se nos va a devolver con creces, y argumenta que
ya hay signos de mejora en la economía española.
¿Alguien
se lo cree de verdad? ¿Devolver o vomitar con creces? ¿Se lo creen en las
familias donde no entra ningún sueldo a fin de mes? ¿Se lo creen los
desahuciados que se han quedado sin casa? ¿Se lo creen los jóvenes que terminan
sus estudios y tienen que emigrar porque aquí no pueden trabajar? ¿Y los
mayores de 45 años que han perdido su empleo?
Rajoy
insiste en que hay que afrontar la actual situación con valentía y sumando
esfuerzos entre todos, pero a mí sus palabras me suenan a frases indigeribles, cuentos chinos desde una situación
privilegiada, con un sustancioso salario y con la idea fija de devolver este
país a tiempos en que los pobres éramos aún más pobres y no se nos permitía
progresar.
Señor
Rajoy, por mí, y creo que por otros miles de españoles, puede guardarse sus
palabras de aliento, que bien podría cambiar por un poquito más de atención a
lo que el pueblo necesita y reclama. De poco sirven esos consejos en los que
nos insta a dar lo mejor de nosotros mismos, pues la mayoría de los que no
ocupamos un gran puesto en el Gobierno de España lo hemos hecho y lo
continuamos haciendo día a día, tristemente sin que se vean resultados.
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