“¡Mamá,
hay polos!”. Mi hermano entraba a la cocina chupando un trozo de hielo que
acababa de recoger del suelo del patio. Apenas tenía 3 años y era la primera
vez que veía el granizo. Granadilla es un pueblo frío en invierno, pero aquella
tormenta se salió de lo habitual.
Las
llamadas de atención que esta semana nos han lanzado los investigadores de la
Agencia Espacial Estadounidense y la Universidad de California me han recordado
aquellos tiempos. Entonces yo no había oído hablar del cambio climático, pero
el día en que un niño pequeño creyó que caían helados del cielo bien podía
estar asistiendo al efecto de un fenómeno del que ahora tampoco queremos tomar
consciencia.
Hoy
no falta la información, pero miramos para otro lado. Los unos preocupados por
miserias cotidianas y los otros, los que gobiernan – incluso EEUU que nunca ha
firmado el protocolo de Kioto pero se proclama salvador - , jugando a la papa
caliente. La crisis ha apantallado el resto de los asuntos; es lo único que
preocupa, pero poco o nada quedará por lo que preocuparse si se confirman las
predicciones.
La
NASA ha anticipado el "lento pero imparable colapso" de la placa de
hielo antártica y la consiguiente subida notable del nivel de los océanos. El
calentamiento global y el agujero de ozono son las principales causas.
Los
glaciares occidentales del continente se están derritiendo y lo hacen más
rápido de lo esperado, por lo que la desaparición de la Antártida es
irreversible. Los estudiosos han
constatado en los últimos días que liberan cada año en el océano casi la misma
cantidad de hielo que toda la capa de hielo de Groenlandia.
La
conclusión es clara y contundente, el derretimiento es mucho mayor de lo
esperado por la comunidad científica y, por tanto, los cálculos precedentes que
indicaban que el proceso duraría siglos son erróneos. En la Antártida la temperatura media anual ha
subido 2,8 grados centígrados en el último medio siglo, lo que significa que su
calentamiento es, comparable al que sufre el Ártico.
Los
dos polos se derriten y en este caso la equivocación es mucho mayor y puede
causar mucho más daño que la que tuvo aquel muchachito que sólo levantaba un
par de palmos del suelo y que, ansioso por descubrir, salió a la intemperie del
patio.
Los
expertos insisten: uno esperaría este rebote a lo largo de miles de años y, sin
embargo, lo hemos medido en poco más de una década. ¡Sólo diez años!, un tiempo
que ya no tenemos y que no podemos seguir perdiendo, pues lo que está en juego
es algo tan grande como la conservación o la destrucción del planeta.
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