Blancas, amarillas, rojas, malvas y hasta azules como el añil y sobre un manto verde. Grandes, medianas y diminutas, muy parecidas a las margaritas y, sin embargo, distintas.
La primavera ya es una realidad en las carreteras de la
Isla, cuyos márgenes aparecen como si hubieran sido plantados por una eficaz
jardinera o jardinero, amante de los colores y los valores de la naturaleza.
No sé cómo se llaman estas flores y muchas veces he
pensado en intereserme por sus denominaciones, pero siempre desisto de la idea,
pues estoy convencida de que ningún apelativo hará justicia a tanta belleza y
sensaciones – mucho menos esas palabras tan difíciles que escogen los
científicos- Prefiero jugar a ponerles nombres a medida que me las encuentro y
en todos reflejo mis mejores deseos.
Aspiraciones, olores e imágenes, que es posible
encontrar no sólo a ras de suelo, en los límites de las cunetas, sino también
sobre nuestras cabezas cuando cruzamos los túneles vegetales que forman los
frondosos árboles, y que son un verdadero placer para los sentidos y para
recorrer la Isla en esta época del año.
Cuando llegué a la Isla me mareaban las curvas y me
fastidiaba el hecho de tardar prácticamente una hora en llegar a cualquier
lugar, por pocos que fueran los kilómetros que separan un sitio de otro. Sin
embargo, en cuanto te acostumbras descubres el encanto de desplazarse sin
prisas o al menos con el tiempo suficiente para disfrutar del paisaje.
Desde la Villa hasta el cruce de Pajarito y desde
allí hasta Laguna Grande, para luego seguir rumbo al valle del que fue un gran
rey aborigen y que, sin duda, también contemplaba extasiado la fuerza de la
flora con la que los habitantes de la Isla han sabido convivir en armonía.
En el camino que conduce a los que fueron dominios
del sabio Hupalupo hay varios de de esos pasos bajo cúpulas de ramas y hojas
que parecen trasladarnos a otro mundo. Pero no sólo aquí, sino en cualquier
lugar de la vía que conduce al Sur y también en la que transcurre por el Norte
es posible recrearse y respirar las bondades del clima.
Bajo los párpados y casi puedo evocar las
sensasiones del viaje; parece incluso que percibo el aroma de aquella
vegetación, que me hace comprender las razones por las que cada vez más
turistas extranjeros y nacionales deciden pasar sus vacaciones en la Isla. Sin
embargo, abro los ojos y descubro que no es tan fuerte mi imaginación: son las
flores que corté durante mi última excursión y que todavía llenan de luz y vida
el salón de mi casa.
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