jueves, 21 de marzo de 2013

La primavera


Blancas, amarillas, rojas, malvas y hasta azules como el añil y sobre un manto verde. Grandes, medianas y diminutas, muy parecidas a las margaritas y, sin embargo, distintas.

La primavera ya es una realidad en las carreteras de la Isla, cuyos márgenes aparecen como si hubieran sido plantados por una eficaz jardinera o jardinero, amante de los colores y los valores de la naturaleza.

No sé cómo se llaman estas flores y muchas veces he pensado en intereserme por sus denominaciones, pero siempre desisto de la idea, pues estoy convencida de que ningún apelativo hará justicia a tanta belleza y sensaciones – mucho menos esas palabras tan difíciles que escogen los científicos- Prefiero jugar a ponerles nombres a medida que me las encuentro y en todos reflejo mis mejores deseos.

Aspiraciones, olores e imágenes, que es posible encontrar no sólo a ras de suelo, en los límites de las cunetas, sino también sobre nuestras cabezas cuando cruzamos los túneles vegetales que forman los frondosos árboles, y que son un verdadero placer para los sentidos y para recorrer la Isla en esta época del año.

Cuando llegué a la Isla me mareaban las curvas y me fastidiaba el hecho de tardar prácticamente una hora en llegar a cualquier lugar, por pocos que fueran los kilómetros que separan un sitio de otro. Sin embargo, en cuanto te acostumbras descubres el encanto de desplazarse sin prisas o al menos con el tiempo suficiente para disfrutar del paisaje.

Desde la Villa hasta el cruce de Pajarito y desde allí hasta Laguna Grande, para luego seguir rumbo al valle del que fue un gran rey aborigen y que, sin duda, también contemplaba extasiado la fuerza de la flora con la que los habitantes de la Isla han sabido convivir en armonía.

En el camino que conduce a los que fueron dominios del sabio Hupalupo hay varios de de esos pasos bajo cúpulas de ramas y hojas que parecen trasladarnos a otro mundo. Pero no sólo aquí, sino en cualquier lugar de la vía que conduce al Sur y también en la que transcurre por el Norte es posible recrearse y respirar las bondades del clima.

Bajo los párpados y casi puedo evocar las sensasiones del viaje; parece incluso que percibo el aroma de aquella vegetación, que me hace comprender las razones por las que cada vez más turistas extranjeros y nacionales deciden pasar sus vacaciones en la Isla. Sin embargo, abro los ojos y descubro que no es tan fuerte mi imaginación: son las flores que corté durante mi última excursión y que todavía llenan de luz y vida el salón de mi casa.

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