El oro negro
Los
domingos por la mañana nos despertábamos con el repicar de las campanas. Mi
madre nos daba un baño; nos vestía, y nos mandaba a misa. Almorzábamos todos
juntos y, por la tarde, con la misma falda escocesa y los calcetines blancos
hasta la rodilla, mi hermana y yo nos íbamos al cine.
La
entrada costaba 25 pesetas y siempre llevábamos un duro más, con el que yo me
compraba un bombón de chocolate y ella un paquete de conguitos. Claro que eso
no era siempre, porque a veces no había ni para ese pequeño gasto.
Han
pasado más de 30 años de aquella rutina, en la que sí era verdad lo que ahora
tanto le gusta repetir a nuestros gobernantes: “¿de dónde, si no hay dinero?”,
te contestan para negar el empleo o la ayuda, y yo, que antes creía, porque veía lucha y sacrificio, hoy no les creo nada.
Es cierto
que la crisis golpea con fuerza, pero mucho más fuerte nos ha tocado la mala gestión y el desinterés
por todo lo que no sea propio o, lo que es lo mismo, el egoísmo de un sistema
que pretende mantenerse menguando sólo las bases, cuando todo el que tiene algo
de lógica entiende que cualquier edificación que se descalce acaba
derrumbándose.
No hay
dinero y se merman las plantillas, se reducen los salarios, se proponen
minijobs – en realidad minisueldos - y se alaba la emprendeduría, entre
otras “brillantes” medidas que acaban
con los derechos de los trabajadores, mientras se mantienen gobiernos llenos de
jugosos sueldos y “personas ejemplares”,
que además reciben dietas muy superiores al salario de cualquier ciudadano de a
pie.
Claro que
también había ricos y pobres cuando yo era chica, y así nos iba. Pero sucedió
después que llegó la bonanza y surgieron muchas oportunidades que a todos
beneficiaron, sobre todo a los dirigentes, cuyas asignaciones subieron como la
espuma y todavía se sostienen a base de negar la posibilidad al que menos
tiene.
Embriagados
por el dinero fácil, han dejado pasar el tiempo sin apenas pensar en el futuro
y llegamos así al momento actual, en el que, pese a presumir de ser una tierra
de sol y playa, se olvida la potencia del astro rey, se relega la fuerza del
viento y se obvia la posibilidad del mar.
Se
apuesta en cambio por el oro negro que supuestamente se esconde bajo el océano,
y que esta semana ha vuelto a manar a raudales en el Parlamento canario, como
también mana en bolsillos, cuentas corrientes y
mansiones de quienes, aquí y en todo el territorio nacional,
desaprovecharon y desaprovechan la oportunidad de planificar un desarrollo
sostenible.
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