“Esa
niña está al garete”, oía yo de pequeña
sin saber muy bien qué significaba aquello.
Entendía que era una crítica porque nadie me gobernaba, y no andaba muy
desencaminada.
Mi
padre estaba siempre trabajando para que pudiéramos comer a fin de mes y a mi
madre le faltaban horas para lavar a mano la ropa, comprar fiado hasta que mi
padre cobrara, hacer la comida, barrer, fregar, planchar…
Total
que yo jugaba a mi libre albedrío y, claro, siendo de isla y de pueblo cercano
al mar la popular expresión propia del mundo marinero me venía que ni pintada.
Aunque no tan bien como le viene ahora a España.
“Ir
o estar al garete” indica que una embarcación navega sin rumbo, movida por el
viento o la corriente y así está nuestro país desde hace más o menos un año,
quizá más, pero desde luego la realidad se ha acentuado en los últimos 12 meses.
La
falta de dirección es la única explicación a iniciativas tan absurdas como el
decreto ley para paliar desahucios, aprobado a destiempo y sólo bajo la presión
de la muerte; sin que solucione nada a casi nadie y que ni a los jueces
convence.
Son
pocos los que se podrán beneficiar de “tan brillante” medida, que aplaza el
pago durante dos años, pero no los intereses de demora, de modo que al final la
deuda con el banco será aún mayor. Y más de lo mismo supone la genial idea de
intercambiar residencia por la compra de viviendas de 160.000 euros.
Claro
que no es nada nuevo ni exclusivo de un determinado color político, pues han
sido muchos y muy diversos los sesudos planes que se han puesto en marcha a
nivel nacional y también en nuestra región, basta si no con fijarnos en una de
las noticas más mediáticas de estos días.
Cho
Vito, en el municipio tinerfeño de Candelaria, debió derribarse en 2008, pero
se alargó la agonía, a la que ahora se le da una solución cuando menos
cuestionable: lo tiramos todo y pagamos 500 euros al mes durante 2 años para
sufragar un alquiler, mientras se construyen viviendas alternativas.
¿Es
justo el derribo cuando se mantienen en pie otras edificaciones más ostentosas?
¿Son justas las cifras? ¿Es justo el momento? ¿Hará lo mismo el ayuntamiento
con todos los vecinos que se queden sin casa?
Crecí
y llegó el gobierno, un gobierno que se dice democrático. En casa entró la lavadora
y hasta dinero para ir a comer fuera alguna vez, pero los viejos tiempos
amenazan con volver.
El
timón oficial parece sortear las ventiscas o, lo que es peor, tener una senda
concebida solo para unos pocos, de modo que tripulación y pasaje nos quedamos
de nuevo a la deriva y con el agua al cuello.
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