Ayer volví a oír croar a
las ranas. Hace justo 5 años que su canto me cautivó por primera vez y ahora ha
vuelto a sorprenderme como me sorprendieron tantas cosas cuando llegué a la
Isla. Vine a trabajar y toda mi experiencia no era suficiente para afrontar los
retos del nuevo empleo.
Nuevos
nombres, nuevas gentes, nuevas costumbres, nuevos paisajes. Había estado antes
en la Isla pero sólo de vacaciones o de paso hacia otro lugar, cargada por
tanto de emociones que apenas dejaban hueco para las maravillas de los roques
de Agando, la lucha de los árboles en busca de la luz dentro de un bosque
espeso, la magia del Garajonay, la fuerza del silbo, la reserva de las
personas…
Nada
de todo eso conocía, como no conocía topónimos ni lugares alejados, en los que
la vida se abre paso a fuerza de voluntad y sacrificio. Y eso es precisamente
lo que yo ponía para lograr sacar adelante mi tarea cotidiana.
Entraba
a las 8 de la mañana y nunca salía antes de las 8 de la tarde, que en invierno
es ya noche cerrada. Era entonces cuando las escuchaba. Las calles más próximas
a mi oficina ya se habían vaciado, dando paso a las que yo imaginaba cientos de
ranas cuyo cantó era para mi una bella melodía.
Luego
dejé de oírlas. Pensé que las edificaciones que poco a poco fueron surgiendo en
el entorno las habían ahuyentado, de modo que sólo quedaban entre mis
recuerdos, cada día más ricos gracias a todo lo que en la Isla iba aprendiendo.
Cinco
años alejada de casa y de la familia, en una tierra amiga pero distante y en un
trabajo que exige horas y horas de dedicación, pues se construye y destruye
cada día para dar paso a una nueva jornada, es mucho tiempo. Sin embargo, un
día descubrí que ya formaba parte del paisaje y todo era un poco más fácil.
Siempre
estaré agradecida a la Isla por lo mucho que me ha enseñado en estos años de
madurez profesional y personal, igual que siempre guardaré en mi memoria el
croar hipnótico de aquellas ranas, que ayer, paseando por la avenida en torno a
las nueve de la noche, volví a escuchar.
Este
año ha llovido mucho. El agua corre por los barrancos del mismo modo que lo
hizo aquellos primeros meses de 2005, cuando se llenaron las presas como la de
Chejelipes e incluso la de Amalahüigue, la más grande de la Isla. Y con esas
lluvias han vuelto las ranas, que otra vez nos deleitan noche tras noche desde
el cauce del barranco de la Villa.
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