sábado, 21 de diciembre de 2013


Apaga luz, Mariluz



Hubo un tiempo, no hace demasiados años, en los que las casas de toda España, y por tanto también las canarias, se alumbraban con velas.  Como suele suceder en esta comunidad autónoma nuestra, la electricidad tardó en llegar un poco más que a las grandes capitales del reino. No digamos ya a las islas no capitalinas.

Han pasado menos de 4 décadas desde que el suministro se generalizó en todos los pueblos del Archipiélago que, si nada lo remedia, van a tener que volver a viejas costumbres. “Mamá, trae la palmatoria, que se ha ido la luz”, gritaba yo apelando a las atenciones de esa gran mujer que siempre ha encontrado la forma de consolarme, entonces cuando era pequeña y aún ahora cuando es a mí a quien le corresponde.

Aquella frase no era exclusiva de mi casa, sino que se reproducía con demasiada frecuencia en muchos hogares. Sin desaparecer del todo, hoy los cortes eléctricos son menos frecuentes, pero amenazan con volver, en este caso de manera voluntaria pues, como el señor Soria siga haciendo de las suyas, mucho me temo que pocos serán los que en esta región y en este país, con 6 millones de parados, puedan permitirse pagar un servicio que, pese a ser considerado básico, se está convirtiendo en un lujo.

“Apaga luz, Mariluz, apaga luz, que yo no puedo dormir con tanta luz…” podría querernos decir el señor ministro de Industria, Energía y Turismo; un representante canario que parece haberse olvidado de sus orígenes y que, pese a lo que aseguró en septiembre y reiteró la semana pasada, ha anunciado estos días que el Gobierno elevará los peajes eléctricos en enero. Es decir, que volverá a subir el recibo.

La canción popular  habla también de borrachos y cementerios, dos de las pocas alternativas que nos dejan estos gestores de lo público a los que nada les duele en prenda, seguramente porque ellos tienen los bolsillos llenos con nuestro dinero. O sea que o, aprovechando las próximas celebraciones, nos ponemos contentos con el alcohol y miramos para otro lado, o reaccionamos de una vez, para que estos políticos dejen de cavar nuestra tumba.

Frente a la desafección por lo público, es tiempo de una mayor implicación, tiempo de aprovechar los recursos y los derechos que aún no nos han arrebatado, para manifestarnos y decir que así no; que existen otras formas de gobernar, unas formas más pegadas al pueblo y más alejada de los grandes poderes económicos, unas formas que de verdad nos lleven a cantar con alegría y sentirnos orgullosos de Canarias y de España. ¡Felices fiestas!

martes, 17 de diciembre de 2013

Qué lluevan Mandelas!



¡Qué llueva, qué llueva, la virgen de la cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan. Qué sí, qué no, qué caiga un chaparrón! Y el chaparrón cayó. Fue como si el cielo también sintiera la muerte de aquel gran hombre y el mismo día en que se celebraba su funeral decidió llover a cántaros.

Llovió en Sudáfrica mientras le daban el último adiós a Mandela y llovió aquí en Canarias, a miles de kilómetros de distancia, pero donde también somos muchos los que lamentamos la pérdida del ex presidente de la República sudafricana, Premio Nobel de la Paz y, sobre todo, una luz que supo iluminar el camino y un símbolo de esperanza.

Mandela nació con alma de líder y ni siquiera los 27 años que pasó en la cárcel truncaron su esencia. Más bien sucedió al contrario, pues sus convicciones se afianzaron y finalmente alcanzó su sueño, un comienzo para una Sudáfrica más justa e igualitaria, sin separaciones por cuestión de raza, un país del que todos pudieran sentirse orgullosos.

Aún queda mucho camino por andar. De eso no hay duda, pero la contribución de Madiba, título honorífico otorgado por los ancianos, fue inmensa. El mundo sería muy distinto sin las aportaciones de personas que como Mandela han demostrado que una sociedad mejor no sólo es posible, sino alcanzable.

90 representantes internacionales, entre los que estaban el mandatario estadounidense, Barack Obama, el primer ministro británico, David Cameron, el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, y el presidente francés, François Hollande, además del presidente español, Mariano Rajoy, y muchos ex dirigentes, acudieron a la ceremonia de despedida celebrada el mismo día que aquí se declaraba una alerta meteorológica por lluvia y viento.

El sol dejó de brillar. Por unas horas tuvimos que interrumpir nuestra actividad cotidiana. Las precipitaciones fueron fuertes e intensas y, aunque seguramente serán muchos los que piensen que nada tiene que ver una cosa con la otra, también son bastantes los que opinan que las casualidades no existen.

Sea de una u otra manera, lo cierto es que nos ha dejado un ser humano cuyos logros son  demasiados como para enumerarlos en un solo recortable, cuando además son muchos los estudiosos que lo han hecho y lo saben hacer mejor. Quedémonos, por tanto, con el espíritu de lucha, libertad e ilusión con el que creció y que mantuvo intacto hasta el final.

Los días de lluvia, en los años de mi infancia, mis amigas y yo nos poníamos las botas de agua y salíamos a cantar y chapotear en los charcos. ¡Qué llueva, qué llueva…! Gritábamos todas y en verdad hace falta que lluevan muchos Mandela.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Hacienda no somos todos




Libertad, igualdad y fraternidad, tres ideales de la Revolución Francesa que aprendí sin dificultad en el colegio, pero los años y los tristes hechos me han vuelto desconfiada. ¿Mamá, sabes que el pueblo francés se reveló en 1789? Pregunté con la admiración que me causó el descubrimiento.

Aquel sería uno de los cimientos sobre los que construiría mi personalidad. Supongo que pocas son las alternativas cuando se nace en una familia humilde como la mayoría de las que había allá por los años 70. Además, en España despuntaba una nueva época; se empezaban a respirar aires de democracia, y todo se asemejaba a un luminoso amanecer.

Pero después del sol siempre viene la tormenta – ¿o era al revés el dicho? -, fijémonos sino en la tromba de agua caída esta semana, después de los días radiantes que nos hacían creer que todavía estábamos en verano. Igual que el sol se escondió tras las nubes grises, las esperanzas de aquellos años prácticamente se han desvanecido.

Vivimos ahora una etapa sombría, que tal vez fuera necesaria, pues hay quien asegura que el  ritmo de crecimiento era desmesurado y no se podía mantener, pero aún así resulta muy reprobable y del todo inaceptable que bajo el paraguas de los obligados recortes se pretenda imponer un modelo social retrogrado, que nos aleja de aquellos mágicos conceptos que enarbolaron los franceses.

Se ponen cortapisas a la libertad; hay tantos problemas que apenas queda espacio para la fraternidad – viva, sin embargo, porque el pobre siempre está dispuesto a ayudar y compartir lo poco que tiene -, y la igualdad se asemeja a un sueño inalcanzable, lo que resulta extremadamente duro en Sanidad, Justicia, Educación o el Fisco.

Avanzamos hacia una superposición de individualidades, en la que no todos valemos lo mismo. El que más tiene vuelve a ser el más poderoso y el que cuenta con más ventajas. Se privatizan prestaciones médicas, se encarecen las causas legales, se vuelve más difícil acceder a la formación y ¿qué decir de Hacienda? Frente a las bonificaciones para las grandes fortunas o las facturas falsas de la infanta, una noticia nos muestra la realidad.

EL DIA: Hace un quinquenio que recibió una beca de unos 1.300 euros, pero no pudo justificar el gasto cuando se lo solicitaron. La situación actual es que el beneficiario, un chico de 17 años con una discapacidad intelectual y motriz del 78%, tiene su cuenta bancaria embargada por Hacienda, que lo persigue y lo acusa de estafa.

Tal vez siempre ha sido así y lo vivido durante cerca de 4 décadas fue sólo un espejismo; tal vez aquellos conceptos sean utópicos, porque lo cierto es que unos siempre han tenido más y otros bastante menos. Hacienda no somos todos.

¿Devolver o vomitar con creces?



Siempre fui buena de boca; pocas veces recuerdo que no me sentara bien una comida. Sin embargo, debo reconocer que desde los once años mi estómago no digiere bien las legumbres. Recuerdo un día en que mi madre preparó y me obligó a comer lentejas…

¡No, no y no! Grité de manera cabezona, negándome a  tragar una sola cucharada de aquel guiso, pero mi madre entonces lanzó la que para mí era la peor amenaza: “pues no irás a clase hasta que no te acabes el plato”, y yo que no podía soportar la idea de faltar ni una vez al colegio – mi principal ilusión – hice de tripas corazón y acabé aquel manjar antes de salir corriendo para la escuela.

Esa tarde lo pase fatal. Me dolía la tripa y no conseguí que se me pasara el mal hasta que al llegar a casa vomité todo lo que había comido. Hoy siento ganas de hacer lo mismo y, mal que me pese, creo que al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, también le pasa, aunque claro está, él que es más fino, habla de devolver cuando en realidad quiere decir vomitar.

El máximo representante del actual Ejecutivo nacional ha asegurado esta semana que se ha pedido mucho a los españoles durante sus dos años de mandato, pero de manera rotunda ha matizado que se nos va a devolver con creces, y argumenta que ya hay signos de mejora en la economía española.

¿Alguien se lo cree de verdad? ¿Devolver o vomitar con creces? ¿Se lo creen en las familias donde no entra ningún sueldo a fin de mes? ¿Se lo creen los desahuciados que se han quedado sin casa? ¿Se lo creen los jóvenes que terminan sus estudios y tienen que emigrar porque aquí no pueden trabajar? ¿Y los mayores de 45 años que han perdido su empleo?

Rajoy insiste en que hay que afrontar la actual situación con valentía y sumando esfuerzos entre todos, pero a mí sus palabras me suenan a frases indigeribles, cuentos chinos desde una situación privilegiada, con un sustancioso salario y con la idea fija de devolver este país a tiempos en que los pobres éramos aún más pobres y no se nos permitía progresar.

Señor Rajoy, por mí, y creo que por otros miles de españoles, puede guardarse sus palabras de aliento, que bien podría cambiar por un poquito más de atención a lo que el pueblo necesita y reclama. De poco sirven esos consejos en los que nos insta a dar lo mejor de nosotros mismos, pues la mayoría de los que no ocupamos un gran puesto en el Gobierno de España lo hemos hecho y lo continuamos haciendo día a día, tristemente sin que se vean resultados.